Por: Marcela Rojas de Pérez
En una sociedad democrática el proceso electoral debe ser una fiesta participativa en la que todos los componentes de la sociedad deben participar, sin odio, egoísmo o revanchismo. Sin embargo, observamos que algunas veces el proceso electoral se convierte en escenario de acciones violentas en las que sobresale un temperamento social inflexivo y poco tolerante. Estas escenas, en las que priva la intolerancia, la agresividad y el irrespeto, parecen estar destinadas a convertirse en el certificado de defunción de la joven democracia, que apenas empieza a emerger y cimentar las bases de su propio desarrollo.
Aceptamos que el tema del proceso electoral por su propia naturaleza polariza la opinión pública y mantiene en tensión permanente los ánimos de los ciudadanos, empero consideramos que no son razones wsuficientes para que los actores sociales pierdan la perspectiva de su función en la sociedad u olviden en sus actuaqciones públicas, las reglas que rigen su comportamiento.
Los partidos politicos en una democracia están en el deber de presentar a la ciudadanía una agenda que garantice la paz, promueva el desarrollo integral de la sociedad y respeto de los derechos humanos en todos sus aspectos y llevar al electorado su propuesta de una manera respetuosa.
Así mismo los ciudadanos deben valorar con objetividad y a conciencia las diferentes opciones y decidir por la mejor alternativa al momento de ejercer el derecho que le corresponde como ciudadanos.
Esta relación equilibrada de confianza interpersonal y de credibilidad entre políticos y ciudadanos es lo que se llama cultura politica democrática. En una democracia, la credibilidad y la confianza interpersonal son ingredientes necesarios para el funcionamiento de ésta y ademas, son valores básicos para la convivencia pacífica y el desarrollo integral de la sociedad.
La cultura democrática presupone el desarrollo de sentimientos positivos hacia el mundo, la tolerancia, el respeto mutuo, apoyo al orden social y la aceptación de los mecanismos de la democracia como reglas.
Esto en consecuencia, plantea dos tareas para alcanzar una auténtica cultura democrática política: una colectiva y otra personal:
1) La colectiva: comprende la inversión en valores y en educación, como las herramientas básicas. Así como se invierten millones en armas sofisticadas y producciones violentas, se debe invertir en educación, es decir, los gobiernos deberían invertir el orden de sus prioridades , menos armas sofisticadas, menos ejércitos, menos producciones violentas por más educación de valores y 2) La Individual: que involucra la necesidad de un cambio de actitudes al interior de cada persona, el que tiene que partir de adopción de deberes y responsabilidades para sí mismo, los demás y el planeta.
Del cambio de actitud del individuo, de sus creencias y valores; y de la internalización de estos valores surgirá una nueva civilización basada en una nueva cultura ética, nuevos valores y nuevas estrategias de convivencia entre los asociados. A este nuevo estilo de vida, se le llama Cultura de Paz, que a diferencia de la cultura democrática política abarca todos los ámbitos de las relaciones sociales. No es posible tener, cultura democrática sino se educa para la paz y los valores, sino se educa en derechos y responsabilidades, y sobre todo si no se dan cambios al interior de las personas.
La Cultura de Paz, no puede imponerse por la fuerza, porque "sencillamente está destinada a ser parte de la vida de todo ser humano"; y sólo puede alcanzarse mediante el compromiso formal de todos los actores que interactúan al interior de una sociedad.
La adopción de Cultura de Paz en una sociedad es una tarea multidimensional que exige compromisos, disposiciones y actitudes positivas de todos los miembros de una sociedad. Todos, sin excepción, debemos velar para que los conflictos o diferencias en cualquier esfera de la vida se resuelvan de forma no violenta, sobre la base de los valores de la paz, justicia, libertad, equidad, solidaridad, tolerancia, respeto a la dignidad humana; y además tenemos que ser garantes de la preservación de ese modo de vida que hemos optado: la democracia.
ARCHIVOS HISTÓRICOS Panamá, 4 de octubre de 1998
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